miércoles, 10 de octubre de 2018

¡QUE ENTRE LA LUZ, LIBRO SOLIDARIO!



"Si el alma te duele tanto que crees no poder soportarlo, si te han dañado de tal manera que te sientes vencida y desolada, no te rindas, por favor, no te rindas; rescata de lo más profundo de tu alma la magia del amor y de la vida, levántate con coraje y valentía, empodérate, elévate por encima de la adversidad y el dolor, y vuela alto, muy alto, para que nunca más nada ni nadie pueda volver a dañarte".  Lusa Guerrero

"La sociedad entera está obligada a condenar la violencia de género, a no mirar para otro lado y a poner todos los medios que tenga a su alcance para que no sigan ocurriendo estos hechos que tanto deberían avergonzarnos" Totí Martínez de Lezea

"La luz es la metáfora de la esperanza y de la felicidad. Que la luz brille con fuerza en las vidas de tantas mujeres y niños víctimas del maltrato. Soñamos con un día en el que  solo exista la luz , un mundo de esperanza y felicidad para todos".  Enrique Laso 

"Aunque la palabra no lo pueda  todo, si puede romper el silencio y dar voz a quien le fue robada"  Víctor del Árbol 




AGRADECIMIENTOS 
  Alberto Rueda, Jordi Villalobos, Ricardo García-Aranda, Lusa Guerrero e Isabel Vicente Mata, Coordinadores del proyecto

Son muchas las letras que están unidas en el presente libro para pedir que paren ya la violencia de género y el maltrato infantil. Agradecemos inmensamente a todas las personas que aportaron su granito de arena para que este proyecto literario en beneficio de las víctimas de la violencia de género y el maltrato infantil se hiciera realidad; sin su generosidad no hubiera sido posible editar este libro. Alberto Vázquez-Figueroa, Toti Martínez de Lezea, Víctor del Árbol, Enrique Laso, Mari Cielo Pajares, Cristian Perfumo, Alok Dixit, Mónica Gallart, Blanca Miosi, Chía Giráldez Tinoco, Ramón Somoza, Fernando Ezquerra Lapetra, Eva Barro, F. J. Bravo, V. Contreras Vacscom, Marian Rivas, Cristina Marcos, Javier Más, Antonio Domingo Muñoz, Ana Larraz Galé, Rosa María García Palacio, Carmen Cano Soldevila, Andrés Pinar Godoy, Héctor López González, La Lectora de Libros, Aure Martínez, Julio Santos, Edurne Subigaray, Juan Adalid, Nuria del Saz, Cristina Jiménez Urriza, Alicia Domínguez, Francisco Tessainer, José Francisco Sastre, Teresa Maldonado, María Teresa Bernal de la Cuerda, Lydia Tapiero, Manuel García Sanahuja, Manuel Alonso Martín, Sally Cronin, Olga Núñez Miret, Myriam Cobos, Mercedes Pinto Maldonado, Raquel Herrero, Roberto García, Ruthy García, Roberto Soria Iñaqui, Teresa Guirado, Teresa Sánchez, Fran Hernaiz, Avelina Chinchi- 8 Recopilación de relatos lla, Mercedes Maldonado, Xelima G. Arnedo, Adolfo Pascual, Juan Adalid, Enrique Eloy de Nicolás Cabrero, Dolors  López López. 


INTRODUCCIÓN 
De Toti Martínez de Lezea

Unos apuntes sobre la larga historia del maltrato a las mujeres El maltrato no es algo reciente; llevamos demasiados siglos padeciéndolo y necesitaríamos varios volúmenes para detallarlo. Valga esta muestra: «Al bueno y al mal caballo, la espuela; a la buena y a la mala mujer, un señor y, de vez en cuando, el bastón». Este proverbio del siglo xiv no es sino una expresión del trato recibido por incontable número de mujeres a lo largo de la historia, apoyado por filósofos, padres de la Iglesia y legisladores, basándose en los textos bíblicos y aristotélicos. Otro proverbio muy popular, «Buena esposa o fregona, toda mujer quiere zurra», añadía un componente masoquista por el que, además, se daba por hecho que la mujer disfrutaba siendo maltratada y apaleada. La supuesta superioridad del hombre sobre la mujer se vio reforzada por innumerables escritos de todo tipo, religiosos y laicos, que incidían, una y otra vez, sobre dicha superioridad y la necesidad de custodiar a la mujer, 16 Recopilación de relatos preservarla de sí misma, basándose en la palabra de Dios. No en vano, en el Génesis, primer libro del Antiguo Testamento, el libro sagrado de las tres grandes religiones monoteístas y la mayor mentira jamás contada, según el autor (que, por lo que se ve, debió de estar presente tomando notas en el momento de la expulsión del Paraíso), dice Dios: «Multiplicaré tus dolores en tus preñeces; con dolor parirás los hijos y estarás bajo la potestad de tu marido y él te dominará». San Pablo, en su Carta a los Corintios 11,3 escribe: «Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo hombre, como el hombre es cabeza de la mujer y Dios lo es de Cristo». Deja, pues, bien claro cuál es el puesto de la mujer en el orden social establecido, otorgándole, además, un carácter divino, algo difícil de refutar durante los siglos en los que la Iglesia rigió los destinos religiosos, políticos y profanos de Europa y, posteriormente, de América. Por si quedaba alguna duda, se recordaba que la mujer envenenó a Adán, que era también su marido y su padre; decapitó a Juan el Bautista; obligó a Pedro a renegar del Señor, al haberle preguntado tres veces la sierva si era su discípulo, y llevó a la muerte al valiente Sansón. En cierto modo, también mató al Salvador, pues él no habría tenido necesidad de morir si su pecado no se lo hubiera exigido. No se podían imaginar crímenes más graves y terribles. Una y otra vez, generaciones enteras escucharon la misma cantinela: eres mujer, por tanto, inferior, pues fuiste creada 17 ¡Que entre la luz! a partir de una costilla del hombre; eres la puerta del diablo, tú has sido la primera en desertar de la ley divina; eres la causa de todos los males de la humanidad... A lo largo de los siglos, moralistas y clérigos insistieron tanto sobre las obligaciones de una buena esposa que muchas mujeres, y casi todos los hombres, llegaron a creer que era así el orden establecido por Dios: el marido arriba y la mujer abajo. Se dispusieron reglas de conducta, se señalaron las posiciones que ambos ocupaban dentro de la familia y la sociedad e incluso se legislaron leyes al respecto. Hasta tal punto fue así que un moralista medieval, Juan Buridán, no dudaba en afirmar que: «El marido ama más que la esposa y ama con un amor más noble, puesto que, respecto de la mujer, el marido es como lo superior respecto de lo inferior; como lo perfecto respecto de lo imperfecto; como quien da respecto a quien recibe; como el benefactor respecto del beneficiado; en efecto, el marido da a la mujer la prole y ella la recibe de él». Así, por tanto, además de ser considerada inferior, imperfecta y beneficiada, la mujer debía estar agradecida al marido por darle hijos, cuantos más mejor, aunque muriese en el intento, lo cual ocurría en infinidad de ocasiones. La mujer debía pagar el pecado de Eva a través de la sumisión y la obediencia ciega a los dictados del hombre. Debía ser instruida y corregida; sus costumbres, vigiladas; controladas su debilidad física y su ligereza moral; castigada físicamente por su marido si olvidaba 18 Recopilación de relatos sus deberes. Juan Crisóstomo, santo y doctor de la Iglesia, por más señas, recomendaba, en primer lugar, insistir en las enseñanzas de la ley divina; luego, pasar a la reconvención, apoyándose en el sentimiento típicamente femenino de la vergüenza, y, en última instancia, recurrir al bastón, «castigando como criada a aquella que no sabe experimentar vergüenza como mujer libre». Los discursos que hablaban de igualdad, amor, comprensión y apoyo entre hombre y mujer, que también los había, quedaron en agua de borrajas por el hecho de la subordinación real establecida entre quien tenía la obediencia como obligación primera y quien estaba investido de la función de regir, sostener, instruir y corregir. Los moralistas señalaban que la mujer debía limitarse al hogar, en donde el hombre ocupaba siempre un puesto por delante del resto de la familia. Las bofetadas por parte del marido eran señal de que su esposa continuaba en el lugar que le correspondía. Los sermones hablaban, a modo de moraleja, de esposas desobedientes ahogadas, deslomadas, envenenadas por haber hecho lo que sus maridos les habían prohibido. Las leyes reforzaron la subordinación tradicional; las costumbres y los estatutos afirmaron el derecho del marido a castigar a su esposa. Era su tutor y ella estaba bajo su vara. En las leyes castellanas de los siglos x al xiii, una mujer desvergonzada podía ser golpeada, violada e incluso asesinada sin que el criminal fuera perseguido. 19 ¡Que entre la luz! Regocijémonos, dirían algunos hoy en día, porque aquellos tiempos pasaron. ¿De verdad pasaron? La cruda realidad es que hoy continúan muriendo mujeres a manos de sus maridos, compañeros, novios, exparejas o de tipos que pasaban por allí. La fuerza bruta sigue siendo dominante en dichos casos, el «la maté porque era mía» sigue vigente; la mujer maltratada, violada o asesinada es el pan nuestro de cada día, ocupando un espacio pequeñito en los medios de comunicación. Son ya más de 900 mujeres las asesinadas en España en los últimos años, 43 en lo que va de 2018 y 7 criaturas también asesinadas por venganza. Los torturadores se creen con todo el derecho del mundo a disponer de la vida de sus compañeras o excompañeras en nombre del honor, de los celos, de la prepotencia, de la superioridad masculina inculcada a lo largo de la historia; y, lamentablemente, la sociedad y la ley reaccionan cuando ya es demasiado tarde. Y todavía tenemos que aguantar que algunos políticos, tertulianos, obispos y bocazas anónimos en las redes sigan echando la culpa a las víctimas en pleno siglo xxi. ¿Hasta cuándo? 

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